Nuestra institución ya cumplió 174 años de existencia. Desde sus inicios ha debido buscar recursos para mantenerse en pie, y lo sigue haciendo hasta hoy. Por eso, con justa razón, nos hemos convertido en los mendigos autorizados de Chile, vamos puerta a puerta, deteniéndonos en esquinas con tarros o rifas, pidiendo donaciones para poder seguir sirviendo a la comunidad.
En muchos Cuerpos de Bomberos del país, las colectas, bingos o ventas de números son parte del calendario institucional. Algunos han logrado modernizarse y usan plataformas digitales para recolectar fondos, pero la finalidad es la misma “sobrevivir”.
A nivel gubernamental existen aportes anuales, pero no son suficientes ni para cubrir los gastos operacionales ni, menos aún, para costear nuevas inversiones. Por ejemplo, todos los carros bomba deben ser financiados mediante proyectos regionales (FNDR). Un carro europeo puede costar más de 300 mil euros, mientras que uno americano supera los 700 mil dólares. Todo esto, cuando muchos cuerpos tienen vehículos con más de 20 años de uso.
Si se hiciera un análisis económico serio, se demostraría que el Estado de Chile se ahorra solo en sueldos entre 2,1 y 3,1 billones de pesos anuales gracias al trabajo voluntario de los bomberos. Somos considerados profesionales de la emergencia, y no es un título gratuito, se ha ganado con años de vocación, entrenamiento, constancia y disciplina.
Pero si nos preguntan, a ningún bombero le interesa recibir un sueldo. Solo pedimos condiciones dignas para servir: equipamiento, renovación oportuna de uniformes (clave para prevenir el cáncer bomberil), y material actualizado según la vida útil. No queremos seguir pidiendo limosnas ni compitiendo en fondos para reemplazar carros bomba obsoletos. Esto debería ser una política de Estado.
Ser voluntario no significa ser invisible. Y servir, no debería implicar suplicar o mendigar.
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