Cuando era un adolescente, leía un conjunto de diez libros que mi padre había comprado, cuyo título era el mismo que encabeza estas líneas.
En una época en que la televisión aún no llegaba a mi querida ciudad natal Punta Arenas, la lectura era parte importante de las distracciones que se utilizaban en los ratos de óseo, mucho más frecuentes y extensos que en los tiempos actuales.
Los libros mencionados estaban estructurados sobre la base de artículos no muy largos, donde alguien exponía y describía un tema, dentro de una amplia variedad de ellos.
El que yo leí en la década del sesenta, había sido editado por Manuel Marín y Compañía, en el año 1956 y los diez tomos poseían en total unas 3.000 páginas, clasificándose sus contenidos como literatura de géneros, juvenil.
En medio de su lectura aprendí una gran cantidad de aspectos, relacionados en muchos casos con países, que me permitieron conocer el mundo desde el living de nuestra casa.
Para hacer justicia, en adolescentes y jóvenes de la época, su lectura era sin duda alguna un aporte, en especial por cuanto no se trataban temas ficticios, como los que dan vida a las novelas, presentando a cambio en sus páginas situaciones reales, normalmente vivenciales, en las más variadas de las expresiones.
Su lectura despertaba en mí no solo la imaginación, sino que en forma importante la reflexión, al tratar de comprender e interrelacionar sus contenidos, para lo cual la publicación presentaba junto a la escritura, clarificadoras fotografías de apoyo.
Pasado los años la globalización y la tecnología de las comunicaciones, han permitido deambular por este ancho mundo, aumentando nuestros conocimientos y cultura.
La pregunta es; ¿cuánto de lo que podemos ver y seleccionar a través de internet o la televisión entre otros medios, contribuye realmente al aumento de nuestra cultura en lo individual?
La respuesta, que es en apariencia confusa, no lo es tanto, ya que depende en lo individual de cada uno de nosotros. La puerta al conocimiento la podemos abrir en forma voluntaria, como también podemos cerrar la de la ignorancia.
Claro está, que producto de lo anterior, debemos agregar a la ecuación el tema valórico, ya que el adquirir nuevos conocimientos no siempre está unido a aspectos positivos y por tanto beneficiosos.
Solo un aspecto más, no sé en cuanto han disminuido o aumentado los lectores en Chile y en el mundo, desde la época que menciono en estas líneas, solo espero fervientemente que independiente de las cifras, la pasión por la lectura no desaparezca nunca.












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